Por
Analia Forti
Erróneamente
solemos creer que conservar sostenidamente un antiguo dolor es una consecuencia
involuntaria de lo hondo que esa herida ha calado en nosotros y desde ese lugar
de víctimas dolientes nos aferramos al enojo como una manifestación emocional
de nuestra fortaleza ante el dolor… Hemos sufrido una herida pero no estamos
dispuestos a perdonar … Somos fuertes a pesar del injusto ataque… No vamos a
perdonar semejante herida… Nunca… y tal vez … Jamás…
En
otras oportunidades es un emblema de nuestra severidad moral con nosotros
mismos o de nuestra autoexigencia el hecho de no perdonarnos y entonces nos
regocijamos de no perdonarnos desde los
estudios que no hicimos hasta esa relación de pareja que terminamos y por qué no
la entrevista de trabajo a la que no fuimos y quizás era nuestra gran y única
oportunidad …
Asi
vamos creando en nuestra vida una cadena interminable de asuntos inconclusos
que no merecen ser perdonados, sean propios o ajenos.
La
cuestión aquí es no cerrar… no dejar ir… y así seguir rumiando enojos y afrentas
mientras nos reste vida porque nosotros… no vamos a perdonar… a ellos porque no
lo merecen y a nosotros mismos porque tampoco creemos merece nuestro propio
perdón.
Creemos
una vez más desacertadamente que el perdón es una variante del olvido y
entonces si perdonamos es que olvidamos y hay ciertos dolores que no queremos
olvidar… o más bien no estamos dispuestos a olvidar a quienes lo ocasionaron.
Sin
embargo, perdonar no es olvidar…
Perdonar
es soltar para poder cerrar.
Cuando
perdonamos no lo hacemos por el otro sino por nosotros, sea que perdonemos o que
nos perdonemos siempre lo estamos haciendo por y para nosotros… no para olvidar
lo que nos hicimos a nosotros mismos ni tampoco para olvidar lo que nos hayan
hecho sino para cerrar aquello que mantiene nuestra energía retenida en esos
asuntos inconclusos impidiendo que podamos destinarla a experiencias más
positivas que la rumia emocional de enojos enquistados.
Perdonar
y dejar ir… cerrar los asuntos inconclusos del pasado por injustos y dolorosos
que sean, es el mayor acto de amor que podamos tener para con nosotros mismos y nuestra vida.
Aferrarte
a las ofensas, desamores, traiciones, deslealtades, desagradecimientos e
injusticias es quedar atado al dolor… un dolor que permaneciendo en el tiempo
solo crecerá hasta convertirse en rencor y esa raíz amarga será la cizaña que
impida el crecimiento de tu vida.
Perdonar
es soltar y soltarte… para seguir transitando el camino de tu vida libre de las
cadenas del rencor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario