Por Analia Forti
En una escena inolvidable de una entrañable película
como “ Los Puentes de Madison” la protagonista tiene sobre el final del film
una escena desgarradora emocionalmente donde llorando le explica a su amante
que si bien se siente morir no partiendo con él para iniciar una nueva vida
llena de aventuras, no podría soportar la culpa de abandonar a su familia. A su
esposo porque es un hombre bueno que no merece una actitud de ella de esta
naturaleza que lo mataría de tristeza y
a sus hijos porque ella eligió tenerlos y que si su vida ahora la sentía chata
y aburrida y si bien es cierto que todos sus sueños de aventuras y de viajar y
conocer habían quedado truncados, no era menos cierto que
“ cuando se tiene hijos, los padres deben quedarse
quietos para que sean ellos quienes puedan moverse”. Y ahí elige dejarlo partir
sin ella, con dolor pero con sentido de responsabilidad y madurez emocional que
le permite tener en cuenta las necesidades de “los otros” que forman parte de
su vida.
Actualmente quienes atendemos en consulta a hijos
adolescentes de papás adultescentes, nos encontramos con un escenario emocional
difícil en donde todos reclaman derechos y se sienten acreedores al placer y al
ejercicio pleno de sus deseos, abdicando de las que serían sus obligaciones y
responsabilidades familiares.
Los hijos adolescentes se desentienden de asumir
obligación alguna para con la casa y la familia y los papás adultescentes
también y es ahí donde el panorama se torna caótico y todo proceso termina por
ser un proceso familiar de revinculación.
Cuando hablamos de papás y mamás adultescentes
hacemos referencia a padres transitando evolutivamente una parte del ciclo
vital que corresponde a la adultez pero sin embargo esa adultez adolece de
ciertos rasgos que la definen, tales como madurez emocional, compromiso, responsabilidad,
establecimiento de prioridades,
autonomía económica y afectividad estable.
Los padres adultescentes son a su vez sobrevivientes
a situaciones matrimoniales previas que han fracaso como proyecto familiar y
quedan entonces iniciando nuevas búsquedas de vínculos de pareja que toman
tiempo de sus vidas quitándoles presencia a sus hijos que independientemente de
las edades que tengan, necesitan presencia materna y paterna al menos hasta los
18 años, aunque bien sabemos que serán presencias necesarias de por vida si
bien con diferente nivel de demanda, para estos hijos cuya presencia de sus
personas significativas les brindará una vivencia de respaldo y apoyo que en
gran medida contribuirán a sus despliegues como personas en el mundo y ni cabe
mencionar el aprendizaje como modelos femenino y masculino y del rol paternal y
maternal que aprenderán de su tránsito por la vida familiar, que luego por
imitación u oposición repetirán o rechazarán en sus propias construcciones
matrimoniales.
Si cuando llegaba a casa del colegio tenía preparada
la comida y una mamá que me escuchara y un papá que a la noche me preguntara
cómo me había ido en el colegio aunque yo le ladrara por su insistencia a
entrometerse en mi intimidad adolescente, sabía sin embargo que allí estaba,
mirándome y que podría contar con ellos si caso los necesitaba para resolver o
consultar alguna situación o simplemente si necesitaba encontrar en casa un
refugio cálido y acogedor que me resguardara de algún sufrimiento adolescente
vivido en grado superlativo y ese refugio de mi casa y mi familia se tornarba
reparador de mis jóvenes heridas.
Si mi vivencia es de soledad y cuando llego a casa
encuentro silencio y vacío, tarde o temprano mis mecanismos adaptativos
fallarán y buscaré alguna manera de compensar esta falta con alguna conducta
con patrones alterados, que puede ser alimentaria, adictiva a sustancias o
relaciones y todo esto sin dejar de manifestar mi tristeza por mi soledad
sentida como un abandono familiar, por vía del enojo, el malhumor y el
aislamiento, que será leído por los papás adultescentes de un modo más que
conveniente para ellos y sus intereses “ para qué voy a estar , si cuando estoy
no me habla y se encierra en su cuarto”?
La respuesta es simple, tenés que estar para que
cuando salga de su encierro te encuentre ahí y sienta que estás a su lado
acompañando también esta etapa de su vida, que ya estaba implícita cuando
decidiste tener un hijo, sabías que sería bebé, niño, adolescente, joven y
adulto y aceptaste cada una de esas etapas venideras como parte de tu
responsabilidad como madre y padre.
Es habitual hoy escuchar en la consulta hijos
adolescentes que se averguenzan de las conductas de sus padres adultescentes y
se irritan y enfurecen al ver que no viven ni actúan acordes a su edad, a su
etapa evolutiva, a su momento del ciclo vital y también es habitual ver papás
adultescentes que se desentienden de estas reacciones de sus hijos y decididos
a vivir adolescentemente lo que consideran la última parte de su juventud
adulta, ignoran todo cuestionamiento de sus hijos bajo el argumento de que
“tienen derecho” a vivir sus vidas como les plazca..
Tiempos actuales, de hijos invisibles para sus
padres y padres invisibles para sus hijos…
Tiempo de Familias Invisibles donde los hogares
transformados en hostels se convierten en el albergue de individualidades
carenciadas afectivamente, enojadas y dolidas por la ausencia de lo familiar y
mientras tanto bucean todos sin pericia y desconcertados por las aguas gélidas
del desapego.
Los padres adultescentes reclaman adultez a sus
hijos adolescentes y los hijos se las reclaman a ellos con expresiones cargadas
de ira que enmascara la tristeza “ vos no te das cuenta la edad que tenés !!! “ y los papás responden
“ lo que pasa es que vos competís conmigo “…
Escenario complejo, en donde el narcisismo desoye la
racionalidad, la reflexión y la conciencia crítica…
Tiempos de desamor y de cólera…
No hay comentarios:
Publicar un comentario