domingo, 14 de octubre de 2012

HIJOS DEL DESVÍNCULO


 Cuando un matrimonio se divorcia, ese vínculo que habían construído como pareja que es el cimiento sobre el cual se siguió edificando la familia con la llegada de los hijos, se separa y quedan desvinculados entre ellos como cónyuges aunque no como padres, vale decir que el vínculo parental subsiste mientras que el conyugal se disuelve. Sin embargo, la experiencia muestra que en numerosas oportunidades no solo la conyugalidad se disuelve sino también el vínculo del hijo con el padre no conviviente, quien pasa a ocupar un lugar periférico en relación a la vida de sus hijos, cuya cotidianeidad y decisiones del día a día no lo tienen como protagonista parental, quedando instaurada de hecho una patria potestad compartida desde lo legalmente establecido, pero monopolizada desde la experiencia emocional de los hijos.
Cuando la batalla conyugal por el reconocimiento de los hijos se libra a expensas de la parentalidad bien ejercida, la victoria se torna pírrica para ambos bandos, que no consiguen comprender que en este rol parental juegan para el mismo equipo, que no es otro que el de esos hijos que decidieron gestar y de cuyo bienestar psicoemocional son responsables de por vida.
Las contiendas legales previas en donde las incriminaciones son de ida y vuelta terminan judicializando la relación paterno filial hasta transformarla en una intrincada trama vincular que incluye a los letrados de ambos como parte de los lazos vinculares post divorcio.
Esta ecuación tan habitual debería ser reformulada no solo por los protagonistas de los desvínculos matrimoniales, sino por todos aquellos que formamos parte del entramado profesional que asiste a los divorcistas, propendiendo no solo al establecimiento de lo justo legal sino también a lo equitativo emocional.
He tenido frente a mí en numerosas ocasiones parejas en proceso de divorcio, como así también a ex cónyuges en conflicto post divorcio y en cada una de esas oportunidades siempre los acompañé a transitar un buen desanclaje vincular minimizando los daños afectivos a los hijos, que suelen ser los testigos desprotegidos del naufragio marital.
Es posible divorciarse en buenos términos? me preguntó en su primera entrevista una mujer joven madre de dos hijos en edad escolar… y recuerdo haberle respondido que dependía de lo bien que cada uno de ellos se llevara con los términos, vale decir con los finales.
Un divorcio es en sí la terminación de un vínculo, es un punto final para un acuerdo de dos que puede disolverse por la voluntad de uno y salvo que el final sea también acuerdo de dos, siempre habrá uno disconforme con la voluntad del otro y si  éste no ha hecho aún el aprendizaje de soltar lo que ya no es, seguramente su tristeza se vestirá de rabia y saldrá a buscar algún letrado que demuestre ante algún juez de familia que aquél cuya voluntad fue terminar con este vínculo es culpable… de qué?... de su dolor, de su angustia, de su desilusión, de su tristeza y de su herida narcisista que reclama para sanar una sentencia que declare culpable al que ya no quiere continuar, precisamente… de no querer…
Un absurdo emocional que lejos de reparar erosiona lo que haya quedado en pié de ese vinculo que ya no es lo que fue, pero que puede transformarse con el tiempo y con trabajo personal en algo nuevo positivo y enriquecedor para los hijos que pueden aprender de esta lección de vida no elegida por ellos, que desvinculación no es ruptura y que divorcio no es enfrentamiento.
La verdadera victoria post divorcio es la revinculación con los hijos desde la unión que el rol parental implica y la abdicación de los egos personales malheridos en beneficio del bien mayor que son esos hijos que juntos, eligieron gestar aún sabiendo que si amor pasaba ellos quedarían.

                                                                                       Analia Forti

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