La Peligrosa Necesidad de ser Amados y
Aceptados sin Límites
Por Analia Forti
Quizás uno de los más
difíciles aprendizajes de la vida sea el de ser capaz de establecer límites a
riesgo de que el establecimiento de ellos no sea recibido de buen grado por los
otros y perdamos ese aprecio o aprobación que creíamos tener y digo “creíamos”
porque claramente si alguien no acepta de buen grado el establecimiento de tu
límite, ese aprecio sería cuanto menos “condicional” a tu permisividad.
Y digo también uno de los
más difíciles aprendizajes porque la vida suele brindarnos esta lección muchas
veces y tantas veces nos negamos a aprenderla que finalmente nos ocurre algún
suceso ya del orden de lo abusivo que hace que nuestro respeto por nosotros
mismos se active y ahí aparecen nuestros límites, que suelen surgir de manera
desmesurada, exacerbada por la acumulación de tolerancia y vociferantes
lindantes con el grito, que como ustedes saben descalifican automáticamente a
quien los profiere aunque en su poder esté la más genuina de las razones.
Por eso suelo decir que los
limites no es adecuado establecerlos gritando sino susurrando, porque la fuerza
y la firmeza del límites está en el sostenimiento de los mismos que los hace
intransgredibles y no en el volumen de la voz.
Pero antes de poder susurrarlos
porque estamos seguros ya de que podremos sostenerlos, hay un paso previo para
dar y es desentenderse de la reacción del otro ante el límite que vamos a
establecer, reitero “desentenderse de la reacción del otro”… ésta es la clave.
Si siempre me pide y le
presto y lo hago no porque siento el deseo sino porque puede enojarse si le
digo que “no”, debo desentenderme de su enojo si quiero poder decir “ no, esta
vez no te lo presto”, porque lo cierto es que ese enojo es del otro y es él
quien debe hacerse responsable del enojo que siente cuando recibe un “no” en
lugar de ser nosotros quienes hagamos de su mundo un lugar libre de
frustraciones donde siempre encuentre un “sí” aunque estemos sintiendo un “no”.
Si se enoja…. se enoja… si
deja de querernos, es que nunca nos quiso o si nos quiso lo hacia de un modo
condicional, con lo cual nada de genuino había en un vínculo que estaba
sostenido precariamente por un “si” devenido eterno.
Cuando vivimos pendientes de
una necesidad de ser amados, aceptados y aprobados ilimitadamente, somos
esclavos de la aceptación del otro y de sus deseos y vivimos una vida alejada
de nuestro sentir auténtico que teme que al ser expresado deje de ser querible.
Lo que es, es… y a veces es
“no” “basta” “hasta acá”.
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