sábado, 23 de enero de 2010

DEL LIBRO "REFLEXIONES DEL SER" AUTOR: ANALIA FORTI EDITORIAL CATHEDRA

El Jazmín y el Ciprés

Cuenta la historia, que en el Reino del Desamor, reinaba por aquellos días un severo y frío rey apodado “El Crítico”.
Este rey era temido por todos los pobladores del reino y también por sus sirvientes y bufones.
Incluso su único hijo, al que se conocía como “El Príncipe Obediente” le tenía tanto temor a su padre el rey que jamás osaba contrariarlo.
El Príncipe Obediente había hecho amistad desde niño con un pequeño ciprés que decoraba el jardín del palacio y con quien mantenía larguísimas charlas en las tardes templadas de primavera.
Así fué como crecieron juntos, el ciprés y el príncipe.
El Rey no aceptaba esta absurda tontería de su hijo por considerarla indigna de su investidura real, qué clase de príncipe entablaría amistad con un ciprés…?
El Príncipe obediente admiraba al ciprés por su gallardo y erguido porte y porque nunca habían conseguido ninguno de los sirvientes que cuidaban el jardín del palacio, someter su forma natural al formato que el rey ordenaba darle.
Cuando una tarde podaban su puntiaguda copa, bastaba una sola noche para que hubiera crecido nuevamente más filosa y altanera.
Si acaso mutilaban su base para hacerlo más angosto, al día siguiente amanecía más abultado aún.
El Rey, iracundo, siempre criticaba en medio de los jardines del palacio a viva voz la rebeldía del ciprés y lo ponía como ejemplo de cómo no se debía ser.
Una tarde de verano, en la que el calor azotaba con fuerza los territorios del Reino del Desamor, el rey ordenó quitar al ciprés de los jardines del palacio y quemarlo ante sus ojos y el de todos sus compañeros de jardín.
Allí estaban todos, las rosas, los pinos, el jacarandá, los lirios… y más alejado el preferido del rey, el jazmín chino, quien gozaba de cuidados especiales por ser el elegido, ya que siempre sus ramas se amoldaban a los caprichosos deseos del rey.
Cuando hacía meses había ordenado que sus ramas tapizaran la ventana del cuarto principal del palacio, lo había hecho.
También había sido dócil cuando el rey dispuso que en aquél aniversario de bodas con la reina, el jazmín subiera por el tronco del jacarandá hasta fundirse con sus flores liláceas.
Y así había sido siempre… el jazmín satisfacía siempre los deseos de su rey.
Por este motivo contemplaba la muerte del ciprés, un tanto alejado e indiferente, sabiendo que nunca correría tal suerte.
El Príncipe estaba desolado, su único amigo en el palacio había muerto quemado y él nada había podido hacer para salvarlo.
Tonto! Tonto! repetía entre sollozos… cuántas veces te dije que no enojaras a tu rey!!!
Y el ciprés, mientras intentaban quemarlo, contemplaba la tristeza del príncipe y cómplice le sonreía…

A la mañana siguiente el Rey, amaneció de buen humor y dispuesto a ultimar los detalles para la fiesta de su hijo que cumplía 18 años.
Ordenó para esto alistar el jardín y fue su deseo tapizar la mullida y verde gramilla de los jardines con flores de jazmín hasta que quedara cubierta por completo.
Para lograrlo, 29 sirvientes desfloraron cada una de las miles de ramas del jazmín chino y el jazminero mansamente entregó cada uno de sus pimpollos y flores para satisfacer los deseos de su rey y seguir siendo el elegido…
A él no le pasaría lo que al ciprés… que murió quemado por su empecinamiento en ser quien era.
Él era más inteligente que eso, él sería lo que el rey quisiera que fuera y así salvaría su vida, contentaría a su rey y siempre viviría feliz y prodigado de cuidados especiales en los jardines del palacio.

En el atardecer de aquella agitada jornada, cuando ya la gramilla de los jardines se hallaba cubierta en su totalidad por las flores del jazmín chino, quien mansamente había entregado sus frutos, el rey acudió a contemplar la obra culminada deseoso de ver satisfecho su deseo.
El jazmín ansioso esperaba su recompensa, la aprobación de su rey.
Sin embargo, contra todo lo esperado, el rey con un gesto de desaprobación y cólera en su mirada, expresó su desagrado.
Las florecillas del jazmín eran demasiado pequeñas e insignificantes para tapizar su jardín.
Encolerizado y adusto ordenó regar con veneno las raíces del jazmín chino para extinguir su vida y reemplazarlo a la brevedad por un jazminero que diera grandes y perfumados jazmines acordes a la grandeza de su reino.

Sé quién eres, cualquiera sea el precio que debas pagar por ello, pues mucho mayor será el precio de ser para otro.

Analia Forti
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