NO
HAY PROFESIONES SINO PROFESIONALES
Por
Analia Forti
En algún
momento de mi vida, en el cual era aún muy joven con poca experiencia y algunas
ideas desacertadas sobre la vida, creí que la valía la tenían las profesiones y
dentro de ellas había construído mi propio escalafón de profesiones valiosas
encabezado por la Medicina, ciencia a la que consideraba del mayor altruismo y
compromiso por lo cual consideraba a los profesionales de la medicina dignos
del máximo respeto por sobre todas las profesiones. En mi personal
categorización profesional le seguían a los médicos los profesionales del
Derecho, los abogados que advogaban por los derechos de las personas y eran
ellos para mí ingenua juventud respetables doctores de la ley.
Luego ya en
menor medida y sentido descendente le seguían otras profesiones, pero ninguna
calificaba en su valor tanto como aquellas que protegían la salud, la vida , la
libertad y los derechos del ser humano.
Finalmente y
como inevitablemente sucede el tiempo pasa y la juventud también pero llega la
conciencia crítica, la experiencia de vida y los aprendizajes, dolorosos
algunos, tristes otros, pero en definitiva necesarios para construirse como
adulto y para que la ingenuidad dé paso a la genuinidad y así fue que variadas
experiencias me hicieron descubrir, vale decir, aprender que no solo mi
escalafón de valía profesional era cuanto menos desacertado sino una verdad aún
mayor “ no había valía alguna en las
profesiones sino en los profesionales”.
Así expresado,
carece de la reveladora contundencia que tuvo para mí ese darme cuenta, porque
esta evidencia se tornó en certeza y convicción y desde ahí comencé a verlo
todo de modo diferente.
No era valioso
el médico sino este y aquél médico por sus virtudes éticas y morales,
vocacionales y de compromiso y no tan solo por sus destrezas médicas. Y no eran
valiosos los abogados sino este y aquél abogado cuyo sentido de lo justo era lo
suyo de cada uno y no se ajustaban solo a la ley positiva sino a lo equitativo
y moral.
Así descubrí
en el vivir, que un masajista puede confortar más con el calor de sus manos que un diestro
kinesiólogo que abandona al calor de una lámpara a un ser que yace sin compañía
ni palabra hasta el final de una sesión y aún más que un traumatólogo que no
mira al ser humano sino como diagnosis posible desprovisto de su humanidad
emocional.
Me maravillé
al ver como un novato estudiante de
counseling es capaz de sobreabundantes dosis de sanante empatía y aceptación
incondicional , en tanto un encumbrado psiquiatra lesiona con una frase carente
de empatía alguna a un paciente que acude a él en busca de su cura.
No deja de ser
una verdad de evidencia que el más renombrado arquitecto devasta paisajes con
un planeamiento urbano de visión netamente comercial en tanto un paisajista
engalana con su sensibilidad estética un minúsculo sector verde en una plaza
urbana.
No se trata de
profesiones sino de los profesionales, no es la cuestión el hacer sino el
“cómo” de ese hacer.
Lo vocacional
que se escurre en la pasión del ejercicio profesional y se evidencia en lo que
cada profesional transmite en su tarea, en aquello que le brinda al otro, en lo
que dispone de su humanidad para esos otros del hoy y para aquellos otros de
las generaciones venideras, cuando deja plasmada su obra, cuando transmite un
conocimiento, cuando con su hacer profesional construye enriquecimientos
colectivos.
Quizás es por
eso que cada vez que recomiendo un profesional de alguna profesión, lo hago basándome
en la delicada conjunción de su ser y su hacer, porque aprendí que nadie hace
diferente de quien es y como en cada vínculo profesional hay implicado un
vínculo interpersonal, hacer y ser se entrelazan en la trama inseparable del
sujeto que como profesional desempeña su hacer.
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