Si queremos vivir en sintonía con los procesos de la vida, es preciso aprender a vivir los cambios que el devenir implica como parte de la experiencia del ser en el mundo.
La expresión “ ser, siendo…” ya dá por sí misma cuenta de la idea de proceso, de permanente “cambio”, porque en ese “siendo” está involucrado el ser, en proceso dinámico de cambio y transformación.
Detener los cambios es sin más, detener la vida.
El cadáver desprovisto ya de habitación del alma, permanece también en proceso de deterioro, porque todo lo que “es”, cambia y se transforma inevitablemente sujeto a los procesos del tiempo.
Por qué entonces, siendo el cambio lo único permanente nos cuesta tanto aceptar y vivir estos cambios, a los que nuestras vidas y nosotros mismos estamos sujetos…?
La respuesta guarda relación no con el sentido mismo del cambio, sino con el asomo a lo desconocido que el cambio representa y el temor que eso desconocido nos provoca en nuestra humanidad necesitada de seguridades y permanencias.
Qué vemos cuándo vemos un cambio…? , sea físico, laboral, geográfico, de estado civil… Cuál es nuestra mirada sobre ese cambio…?
Es ahí en donde radica el secreto de aprender a fluir armónicamente con los procesos de la vida, en la aceptación del cambio como permanente parte de nuestro tránsito, en la mirada sobre el cambio como “oportunidad y posibilidad” de lo diferente y no como pérdida y desprendimiento.
Desde niños se nos transmite como idea de final feliz, el ideal de la permanencia “y fueron felices para siempre” y en esa creencia nos quedamos anclados, en esa búsqueda de lo permanente vivimos resistiendo el cambio y es esa resistencia donde el cambio se nos hace angustiante porque es vivido como amenazante al inducirnos al plano del devenir, de lo desconocido.
Si en el cambio podemos ver la posibilidad que se abre, dejaremos sin dudas de resistirlos y de angustiarnos porque lejos de mirar la pérdida veremos la oportunidad de lo venidero.
Clr. Analia Forti
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